quarta-feira, 1 de junho de 2011

intermitente

No sé cuanto tiempo tardó para que se decidiera, concretamente, lanzar la “Little Boy” sobre Hiroshima. Cuanto tiempo entre una decisión, una orden, la acción y el hecho. Entre apretar un botón y la destrucción. El primero tiro en Bagdad. La primera muerte en Srebrenica, en Ruanda. La primera explosión en Afganistán, en Sudán, no sé dónde.

La pequeña grande destrucción de que he participado quizás no haya durado más que una hora. Ataques vehementes de un lado hacia otro, disparos agudos y precisos. Una bomba cargada de distopia. El anuncio de la guerra ya había sido dado días antes; los dos lados sabían que todo iba terminar en sangre, pero era difícil creer cuando el cielo estaba todavía azul, sin nubes, y el aire dispersaba cariño. Habían sido semanas de una delicada tesitura de compañerismo y confianza. Pero el mensaje vino de nuevo, corto y mordaz. Me parecía todo en tono de broma, intenté un desastroso acuerdo de paz, no puse mucha confianza de que el fin estaba al costado y expuse mi corazón. Empezaba a aprender, por fin, a deletrear: a-m... Me equivoqué; soy una pésima estratega de guerra. Pésima.

Todavía me encuentro aturdida. Miro alrededor y solo veo huecos, pensamientos quemados, fragmentos sucios de abrazos partidos, huellas inconclusas. Ole feo, siento sed, escucho la tierra ardiendo por dentro, con un dolor por ahora insoportable. Tal vez no sea posible plantar en los próximos tiempos, tampoco se pondrá una carpa, una hamaca, un huerto.

Tiempos antes, uno de eses viejos combatientes de otras épocas había pasado por aquí hablando de la necesidad de una ‘voluntad de hierro’: en contra la desolación, mi reina, que no te pierdas a tú misma. ¡Ánimos!

Soy una víctima-villana de guerra: una herida inmensa, manos sin uñas, pies despellejados, sentimientos destrozados, cara desfigurada. Busco ahora justamente esa chispa que me hará ver que la vida es seguramente más testaruda que nuestros miedos y vanidades.
Voluntad de hierro, mi reina. De hierro!

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