domingo, 15 de maio de 2011

Señal de los tiempos




Eran calles extrañas, demasiado púdicas, ornamentadas por bares de unas cuantas cañas y rebeldías efímeras, por edificios hermosos pero opacos, por plazas de todos y de nadie a la vez, una atmósfera de burbuja disuelta en el aire. Había llovido y ahí estábamos. Caminando.

Caminábamos consecuentes y cuidadosos, limpios y decentes. Casi no mojábamos nuestros zapatos en la resaca de las esquinas. No ofendíamos el léxico ni el manual de buenas costumbres. No provocábamos la gente que salía del metro o que aguardaba, con algún enfado, a su autobús. Sin embargo, no esperábamos que el semáforo se volviera verde a nosotros; pero tampoco avanzábamos límites. Estaba muy claro: yo termino aquí, tú empiezas ahí, no nos confundamos.

Era noche y caminábamos.
Yo buscaba alguna obscenidad, alguna pequeña tragedia oculta en la noche amena, alguna herida aún abierta. Pero era todo de una ligereza tan grande, tan fresca, tan deshumana que me aturdía. Las calles extrañas olían a una superficialidad premeditada y artificial, las vitrinas de las tiendas, las ventanas de los restaurantes, la gente en ropa de sábado, los coches en alta velocidad: todo parecía reflejar el esqueleto de una alegría que ya no estaba.
Parecíamos contentos.

Caminábamos por rutas ya agotadas de tantos recorridos. Rutas sin novedades. Rutas dibujadas de antemano. Y él me hablaba aburrido: ¿que es viajar sino recorrer rutas que ya están hechas?

Caminábamos porque todavía no era hora. No era hora de coger el tren, no era hora de despedirnos, no era hora de alimentar la joven y testaruda amistad que insistía en mantenernos ahí, andando lado a lado.

Pues lo que me hacen los viajes, yo decía en silencio, entrelíneas y con los ojos desprotegidos, es la descubierta misma de un pasaje que nadie ve y que te conduce a un camino salvaje y desvergonzado. Es la descubierta misma de un paisaje que te desorienta, te disturba, te saca de las líneas tan precisas de tus cuadernos de notas. [Él no me escuchaba, era noche, caminábamos, todavía no era hora de coger el tren]. Los viajes verdaderos, yo masticaba como si fuera una zanahoria infinita, nhac, nhac, nhac, te transforman en otro tú. Tienes, a cada viaje verdadero, que botar fuera los espejos y los calcetines que usabas inmediatamente antes. Viajar de verdad no es evitar las rutas que otros ya hicieron, sino evitar nuestras propias rutas, aquellas que ya conocemos hasta de ojos cerrados y bostezos al acaso.


Pero él no me escuchaba.


Era noche, se hizo tarde, llegó la hora del tren y, para captar algo de alma en aquella noche tan cálida y tan ausente de su naturaleza de noche, para captar algo de su alma, le cogí la mano y le di un beso.


Las calles seguían raras y mojadas. Las sombras ocultas por las luces de los edificios me miraron con fastidio y desconfianza. ¿Qué haces? Él me dio las espaldas. Yo había perdido algunos gramas de cariño: ‘todo lo que es sólido se deshace en el aire’.


La plaza era bonita por la noche y sonaba a película.
Busqué una ruta conocida. No había. Busqué una ruta dibujada. No sabía.
Fue entonces, en aquel momento, que ha empezado mi verdadera aventura. Era noche, ahí estaba. Caminando. Con la alegría espontánea de aquellos que saben que un día, en un minuto o en mil años, llegarán al mar.

sábado, 7 de maio de 2011

Nuvens carregadas





Podia estar bêbada ou enamorada que, neste exato momento resultava igual. O dia tinha estado denso, pesado, mas mesmo assim me desloquei por vias e avenidas com louvável leveza. O céu havia estado cinza, mas mesmo assim enxerguei cores, muitas, ouvi sons, muitos, senti demasiado sabores. Já não consigo mais separar a vida dele da minha. Ele está grudado em minha pele como um suor que não sai facilmente com água. Ele está grudado em minha pele como se me acolhesse num sentimento inominável para ambos, porém prazeroso. Não consigo mais conceber meu cotidiano sem ele – ainda que talvez ele nem se dê conta. Não nos vemos com frequência, quase não nos falamos por telefone. Mas existimos – e existimos ocupando grandes espaços de humanidade. E foi por essa expansão contínua minha e dele que nos tocamos. Nos tocamos assim, repentinamente, de jeito descarado e faceiro, supondo que havia um poço circundando o castelo. Mas não havia tal poço: e daí a potência do roce. Sucumbi, de livre e espontânea vontade, querendo não proteger-me. E agora me encontro no pântano das sentimentalidades intensas e imensas, quase sem me mover. Tenho dificuldades para ajeitar os ossos, os músculos, os suspiros. Ele está em todas as partes: no meu computador, nos meus livros, no iogurte do fundo da geladeira, nos meus sabonetes, no vapor que esconde o espelho depois do banho.

Eu não tenho onde me esconder.

Porque o quero amar. Quero amá-lo, assim, descomprometidamente, com algum desespero mas muita liberdade. Quero percorrer seus caminhos, tocar suas veias, beijar seus poros – dos mais ínfimos aos mais perceptíveis. Ele é o homem que ilumina as manhãs cinzentas e frustrantes e que preenche as noites solitárias. É ele quem preenche essa cidade que estranhamente me seduz e com quem deito todas as madrugadas.

Não sei muito dele e de seus descaminhos mais recentes (ou mais antigos), mas aparentemente tentou construir às pressas um poço. E se despedaçou. Recomposto, agora retoma o caminho de pedrinhas que o leva à torre mais confortável de seu castelo. Lá tem jantar, janela, uma companheira que aparece de vez em quando, companhias ocasionais de amigos paisanos, alguma paz de espírito. No entanto, ele parece não estar resistindo tanto. Baixinho, bem baixinho, quase segredando, me faz ver que há algo nessa alma minha, nesse corpo meu, nessa voz que tenho, nessa mulher que sou que o ajuda a encontrar sentido no caos da existência.

Por isso, tanto faz se estou bêbada ou enamorada, se hoje chove e amanhã desafina, porque de tão grandes já começamos a nos misturar. É por isso que não sei quando sou eu ou quando sou ele. Ele tampouco sabe se me chama ou se chama, porém aos pouquinhos nos acostumaremos ao susto. O susto!

Descobri que o espanto espanta a mesmice.
E eu o amo.