terça-feira, 22 de fevereiro de 2011

Voo dos flamingos


Era isso e pronto. Um homem! Resolução de manhã cinzenta: um homem. Basta de aventureiros e iniciantes. Um homem! Alguém que, com o peso de sua experiência, percorra meu corpo respeitando o tônus exato de cada reentrância, de cada curva, de cada pedaço meu. Alguém que, com o peso de suas escolhas, respeite cada suspiro, cada indignação, cada arranhão. Alguém com quem possa partilhar aspirações coletivas e desejos íntimos. Um homem que me ame com a dignidade de homem e que receba, digno, meu amor de mulher. Um homem que já tenha ultrapassado limites, que (justificado ou não) já tenha se deparado com a própria selvageria, o lado mais primitivo e impulsivo de si mesmo, e agora, plácido e saciado, apenas flutue no oceano das vivências. Que tenha memórias de fugas nebulosas em florestas tropicais e sonhos de aconchego em ventre brasileiro (o meu), que sinta fome de mim e que me alimente dele, de sua alma e de seus fluidos. Um homem que às vezes possa ser meu barco, em outras minha boia e em muitos momentos meu marinheiro. Um homem que me abrace como se eu fosse a única mulher do mundo, ainda que imperfeita e irreverente, inconstante e impertinente, e que aprecie esperar a madrugada a meu lado apenas sorvendo raios mornos de luar – e meus sucos, e meus sulcos. Um homem que se delicie ao passear por minhas frases e sintaxes e que se ofereça a mim na mais pura literatura. Ah, juntos poderíamos percorrer as montanhas, as praias, a Amazônia. Juntos poderíamos falar de justiça, subir na próxima flotilha da liberdade e fazer amor. Aí sim: amor. Amor com cheiro de terra úmida, de manga doce, de jasmim ao anoitecer e de felicidade.

Assim pedi em minha oração mais íntima.
Clarice o chamou de Ulisses e o apresentou a Loreley.
Eu o chamo de Y. Por enquanto, sou apenas X.

Voaremos juntos, flamingo.



* Ulisses e Loreley (Lóri) são personagens de
"Uma Aprendizagem ou o Livro dos Prazeres", de Clarice Lispector

segunda-feira, 21 de fevereiro de 2011

m*i**c*u*e*r*p*o



Tengo un cuerpo. Este. No es un cuerpo griego, lamento, tampoco bíblico. Pero es un cuerpo de Lilith, que me pertenece. A mí. Un cuerpo entero, pleno. Un cuerpo abrahámico, un cuerpo ancestral. Salvaje, primitivo, lleno de cicatrices de historias. Las mías. Cortes, heridas, transiciones, transcendencias. Mi cuerpo. Este. Un cuerpo político, un cuerpo contradictorio. Un cuerpo con olor a sexo y pureza. Un cuerpo agresivo, imperfecto, harmónico en sus desarmonías. Este cuello, este culo, estas nalgas, estos senos. Medidas que no siguen reglas. Panza. Codos. Rodillas. Pelos. Tengo brazos, largos y delgados, ligeros. Manos que empiezan y terminan en uñas. Animal. Hembra. Tengo un útero, una vagina dispuesta y disponible. Carne, comida. Fluidos. Flujos. Sangre, sangre. Un cuerpo, mi cuerpo. Marcas, manchas, entradas y salidas. Piernas, espalda. Un cuerpo con cara, ojos, boca. Una boca hambrienta, boca de hembra hambrienta. Mi cuerpo, un cuerpo que es mío y único, un universo encerrado en si mismo, un camino desconocido. Pies llenos de secretos. Los míos.


Tengo este cuerpo. Este. Aléjate. Déjalo. Vate.
Olvídate de mis manos.
No toques mi cuello.
Devuélveme mis ojos, mi boca de sonrisas, mis sudores, mis palpitaciones.
Revuélveme.
Destrózame.
Toma mi aire, mis gritos, mis rumores más íntimos, mis suspiros.
Pero me devuelva las estrañas, las sañas, los furores.


Saca eses besos que pegaste en mi piel.
Coja la savia que me metiste entre las piernas cuando me follaste, todas las veces en las cuales me follaste.
Borra las ranuras de de tu pasaje.
Vate.


Este es mi cuerpo. Mío. Un cuerpo que sigue su historia sin tu presencia.
Un cuerpo vivo, túrgido, urgente.
Mi cuerpo.


quarta-feira, 16 de fevereiro de 2011

¿y yo a dónde fui?



Estaba todo bien hasta que cogieras mis manos de aquel modo. En aquel momento, en aquel sitio, dónde cualquier acto más allá de la simple conexión rutinera sería considerado mera fantasía de mi parte. Ves demasiado, chica. Ves demasiado. Sientes demasiado. Quieres demasiado. Eres voraz. Pensaste, pero no me dijiste. Me lo dijo otro en vez de ti. Porque a ti te gusta que sea así. Aunque no puedas, aunque nos repitas, a mí, a ti y a nosotros:

No puedo.


Te arrepentirás.
Yo lo sé.


Tampoco yo puedo. No puedo dejar que mis manos sufran por hallazgos que las tuyas no podrán cumplir. No puedo aceptar el mensaje que viene por tus dedos, por tu piel, por tu sangre mientras tú me lo repites: no puedo. Entonces, no podemos. Sin embargo, no podemos. Pero no podemos. Así no podemos.

No debías haber cogido mis manos de aquel modo. Debería ser prohibido a un hombre avanzar sin avanzar, protegido por las reglas, las buenas costumbres, los roles y las prohibiciones todas (no sudes; no palpites; no te sobrepases; no cruces los límites de la cintura o del cuello). Pero ahí estabas, pidiéndome que te acogieras en mi abrazo, en mis cariños, sin que pudiéramos.

Y entonces me miraste en los ojos: oye, espera, no te vas, termines lo que empiezas, ¿qué quieres?


Un-segundo-que-parece-haber-tardado-toda-una-eternidade-y-eso-no-es-un-cliché.


— Ojos color de miel, este color es mío también, mi barquito está listo para partir, Isla Desconocida, ¿Saramago?, pues sí, te he descubierto unas canas, pues sí, son mis compromisos ya sin sentidos, pues sí, te he descubierto tan llena de secretos como tu piel es cubierta de manchitas, pues sí, son herencias de mis otras vidas, pues sí, te he descubierto mujer, te he descubierto hombre,


No puedo.
¿No puedes o no quieres?


El otro me lo dijo claramente: no quiero. No quería y no era. No cogió mis manos, no me miró en los ojos, no me hizo preguntas, solamente me dio la espalda y desapareció entre los grises y las dudas. No lloré, no me entristecí, no lo extrañé. No podía, de hecho, no podía. Fue un paréntesis, una disculpa, una copa de cava ya sin burbujas. Pero tú,

¿No puedes o no quieres?



Empiezo hoy a usar guantes.
Mañana, tal vez, lentes de sol.
No quisiera irme, pero tu permitirás que vaya. Porque no puedes, sigues diciendo, aunque creas que puedas y que eso te genere tanto miedo, tanto miedo.
(Con tu miedo yo no puedo.)

domingo, 13 de fevereiro de 2011

Ressurreição



"... porque se seu mundo não fosse humano ela seria um bicho." (Clarice Lispector)

O dia em que você viu meus excrementos quase chorei. Corri para dentro do sótão de mim mesma e lá fiquei por horas, evitando comer, evitando abrir as janelas, evitando dissolver-me. Tentei purificar-me desesperadamente, sorvendo os tímidos e aquosos raios lunares que teimavam em invadir minha momentânea escuridão. Os dias seguintes foram densos de vergonhas e suores. Cavei caminhos subterrâneos apertados para me movimentar pela vida e evitar olhar nos meus próprios olhos e nos olhos alheios. Dormi mal, não suportei sentir os ruídos que vinham de minhas entranhas. Pois, diante de você, expus espontaneamente minhas mais íntimas fragilidades, restos daquilo que fui e não consegui digerir apropriadamente. Evacuei discursos, gritos, galhos, gomas, temores e sofrimentos perdidos, passados, confundidos, apodrecidos. Você viu meu avesso – e o avesso de meu avesso: meu recomeço. Se minha nudez havia deixado de ser pudica há muito tempo – as ranhuras do desejo que tiram os poros do lugar, você me dizia –, eu deixei de ser pura no momento em que excretei. Pequei e confessei, ainda que tenha me custado reconhecer minha sujeira, minha humanidade pastosa, os joelhos escuros, as unhas manchadas. Se houvesse vomitado, se houvesse regurgitado... teria sido mais higiênico e aceitável, mas não verdadeiro e inteiro. Chorei de verdade quando me senti no deserto, sedenta e faminta, em jejum completo, lambendo a areia das pedras, mendigando minha própria saliva e dor, sozinha e desamparada. Fugida das constatações de mim mesma, de minha imagem refletida em vidros, lagos e vidas. Mas o desamparo foi passageiro, porque você não foi uma miragem: a firmeza e doçura de suas palavras me abraçaram longa e ternamente por minutos plenos de planos. Vem, você falou, vem para a varanda. Vem, você repetiu, acolhe seu adubo, meu adubo, nossas fraquezas e as raízes de nossa perseverança. Fui broto abrindo os braços dentro da semente de casca fina naquele instante: toquei os grãos de terra, toquei a seiva do amor. Ressuscitei gente.

Hoje produzo leite, leite e fervor, fervor e calor. Nutro os frutos nossos – sem mais receios de excretar o que é excesso, quando é preciso.

sexta-feira, 11 de fevereiro de 2011

el universo de los jorges

El sonido que me entraba por la ventana no parecía del viento, el viento ese que se hacía de protector de mis tristezas o de mis desventuras. No: el sonido era otro. Salía de la garganta del mundo como un grito gutural, generado por las entrañas, entrañado en las genealogías de la humanidad. Era un nombre reverberado en las calles, en las montañas, en las esquinas, en los caminos de arena o en las carreteras salvajes, entre sábanas o sillas, en manos fuertes y miradas románticas, en barbas y cerros, pies grandes y a veces crueles. Un nombre que perdía el dulzor cuando pasaba del portugués al español. Que ganaba virilidad cuando pasaba del frío de los espacios ajenos para dentro de mis rutas sonoras rebuscadas.

Jorge. Jorge. Joooorge. Jorgeeeee. Más allá de la ventana, más allá de la montaña, más allá de la garganta, más allá de los pasillos seguros de mi casa. En aquel momento, un tanto atónita, muy agobiada, visiblemente nerviosa, yo me vía cercada por ‘js’ y ‘gs’ con todas las conjugaciones posibles. El mundo estaba lleno de hombres. Hombres de todos los tipos, tamaños o edades. Hombres en sus timbres graves. Hombres furiosos, hombres delicados. Hombres grandes-grandes-grandes. Y pequeños-minúsculos. Hombres grises, hombres volcanes. Hombres profundos, hombres monocordios. Todos ellos Jorges. El mundo (¿o mi mundo?) se había tornado un universo de Jorges, una gran población que me miraba curiosa cuando yo gritaba el mismo nombre.

Al inicio intenté volar. Huir, desaparecer, ocultarme, correr hasta la playa más cercana y embarcar en un navío hecho de hojas de diccionarios fonéticos. Subir el tono de las músicas, aumentar mi propia voz, mis cantos ocultos, los ruidos discretos de mis pasos agitados. Poquito a poco, me fui dejando estar en ese mundo raro y denso, un mundo de varones que en su nombre cargan parte de la historia del género humano: Jorge es aquello que trabaja la tierra. Jorge – con sus ‘js’ y ‘gs’ – es aquello que lanza las semillas y que cosecha. Ni siempre planta lo que cosecha. Ni siempre cosecha lo que planta. Jor: la fuerza que invade. Ge: la fuerza que saca. Yo tambaleaba. Trastabillaba sobre mis aparentemente frágiles defensas. Mi primer nombre – María – significaba ‘señora soberana’, ‘fuerza vital’. Quizás ‘tierra’. Mi segundo nombre, Fernanda, ‘batalladora incansable’, ‘osada y creativa’. Quizás ‘trabajadora’. ¿Entonces los Jorges eran trozos imaginarios de mis significados más escondidos?

Pánico, desmayos, boca seca. Por fin, la paz.

Fueron tiempos aquellos de inspiraciones infinitas. De sonrisos y de rudezas. Fueron tiempos, especialmente, de aprendizajes distintas: del más puro contacto entre estrógenos de doble nombre con testosteronas homónimos y tocayos, pero tan tan tan diferentes. De mis manos atrevidas y sus uñas largas con espaldas muchas veces indóciles. De sueños un poco ácidos con suspiros llenos de poesía. O dolor.

Un día el sonido ya no entró por la ventana. Creo haber despertado aún un poco tonta por los vinos y risas y hallazgos de la madrugada y solo me di cuenta mucho tiempo después que había un silencio raro, un silencio no silencioso. Un silencio relleno de nombres femeninos y masculinos, muchos, muchos, muchos. Un silencio recreado por vocales y consonantes dichas de todas las maneras. Había sol afuera, la playa que no vía pero sabía que existía, y hombres llamados Gabriel, Rodrigo, Josep, Miguel, Felipe. Había un hueco en los sonidos del mundo. Mi habitación estaba rellena de los sentidos de María y de las ganas de Fernanda. Pero ya no encontraba señales de aquel universo de masculinos tan potentes, los Jorges de tantas descubiertas.

Hasta que pasé por aquella puerta y me deparé con cuatro. Cuatro Jorges. Y ahora me pregunto si son recuerdos o si son promesas, si son reales o invenciones. ‘Hay más cosas en el cielo y la tierra, mujer, que las que sospecha tu filosofía’. Así se lo han dicho. Así me lo he escuchado.

quinta-feira, 10 de fevereiro de 2011

aridez





há dias em que a água se torna escassa e some o rio, e some o mar, e some a chuva, e some até o sentir da gente. há dias em que o sorriso resseca, o abraço atrofia, não existem mais beijos ou cometas. há dias em que o verde conspira contra e que uma infinidade de invenções escondem as verdadeiras vontades. são dias. mas dias que se desfazem tão logo se tornam ocos. ocos ocupados por formigas que aprenderam a não chorar, mas a poupar agruras. nesses dias secos, sonho. sonho e sumo, sonho e somo, sonho e húmus.

sanguessuga


Sedenta. Faminta. Insone. Ofegante. Cheguei à beira do rio, lambuzei a sola dos pés na areia quente, no barro ardente. Já passava da meia-noite e a terra conservava o fervor de dias inteiros escaldantes e intensos de ousadias. Suava. Eu suava enquanto sentia a água gentil acariciar meus tornozelos indignados. Não, eu me engolia, não, eu lhe dizia, não, eu contestava, não, eu escutava, não as ruas, as chuvas, os postes, os montes, não as lágrimas, os perdões, as voltas, os vultos, não então? Suava de haver corrido, suava de haver morrido e ressuscitado umas quantas vezes, suava de haver amado, amado desesperadamente, inconsequentemente, palavras grandes e longas, sentimentos solenes e urgentes, advérbios bem colocados e evocados com tanta compaixão. Havia, portanto, amado suntuosamente. E a grama que roçava meus dedos cheirava à cólera, cheirava à calma, cheirava a contradições várias, cheirava à alma. Meus pensamentos pesavam, sobravam, escorregavam de minha cabeça ofegante, insone, faminta, sedenta e espatifavam-se no asfalto da estrada nua e crua que acolheu o meu fugir. O meu desgrudar. O meu reinventar. Sobravam, portanto, gritos surdos e macios quase a ponto de escapar de meu coração:

Por quê?


Por quê?


E agora?


Cheirava-me à alma, cheirava minha própria alma em busca de consolo. Embebia-me na água do rio, mas morria aos pouquinhos de sede. Outra sede, não a sede de todo mundo, de todos os dias, de todos. Fêmea, explodia em sangue de vários tons. Todos meus.Todos repletos de sons. Tons, tons, tons. Sons. Tons, tons, tons. A decepção é marrom. A raiva é tão vermelha quanto o despeito e o desejo. O amor era lilás. Mas hoje, em meio à água-irmã, era toda sangue. Sangue, barro, areia, água. Meu útero jorrava sangue, jorrava indignação. Meu útero: o mais belo presente que poderia haver partilhado. Meu útero que lhe encantava visitar de tempos em tempos. Lugar sagrado de meu próprio corpo, templo de oferendas, onde ele entrava só quando era dia de lua e tempo de paz. E hoje havia luto, sangue e fluxos.

Paz. O mundo das águas é puro silêncio e reverberação.
Paz. Tudo passa. Paz. Meu corpo absorvia líquidos alheios, meus olhos aos poucos reaprendiam a repousar.


Os troncos úmidos e pegajosos da beirada ribeirinha foram gentis: era manhã quando me espreguicei, abraçada por mãos inventadas e firmes. Me protegiam da correnteza sem me tirar a leveza. Ainda tinha sede, ainda tinha fome, mas já não havia mais vermelho. O suspiro matinal tinha cor de abóbora: doce e suculento. E forma de broto: recomeço.

quarta-feira, 9 de fevereiro de 2011

fragmento

como me habías dicho tantas veces). Y tampoco me has dado la oportunidad de explicarme. Yo no me explicaría, ya sabías, pero que me escucharas. Que me escucharas. Lo que buscaba era que me escucharas. Rompías el silencio, el pesado silencio, el silencio más denso y lleno que ya probáramos para decirme que te cansaras, que tus sentimientos jamás cambiarían, que sería mejor que yo me disolviera en el agua caliente que caía de mis ojos y en la saliva ardiente que yo quisiera ofrecerte. Que ahora me tenías asco. Un asco afectivo, dijiste con letras mayúsculas y robustas. Tú, el mismo tú que me hicieras dos, tres, cuatro veces la misma pregunta en aquella parada del bus, ya mucho después de la medía noche: ¿estás feliz porque estoy aquí? El mismo tú que escuchó un sí, un silencio y una risa. Yo no sé más que tenerte asco, repetiste, como si quisieras borrar tu pregunta de la noche fría y sensible. ¿Cuándo fuiste sincero? ¿Cuándo empezaste a huir que no me di cuenta? Me dejaste la nevera vacía, puro hielo-hielo-hielo, sacaste los hilos que unían nuestros guantes, nuestras filosofías vanas y sencillas. Botaste el cubo mágico de nuestros trocitos compartidos y me expulsaste de tus pensamientos. Vate. Tú tienes algo de femenino, yo te lo dije con tanto cariño que te dañé. Pusiste fuego en mis ropas, me quemaste delante del espejo y dejaste todas las notas que venía regalándote con chocolatitos a cada darme cuenta. Sin embargo, aquel día, aquel día de plena fragilidad, cuando sentí coraje de darte mis palabras más tiernas, cuando quise abrazarte con la fuerza de mi lucidez sentimental (y mis disculpas, es cierto, aunque

agora que enquanto



Agora que você me fez parar.
Agora que você me tirou da pista de alta velocidade.
Agora que você me ensinou, a contragosto dos dois, a frear.
Agora.
Agora você é responsável.


Eu dirigia meu querer acima dos limites permitidos. Rápido, rápido, rápido. Curva. Curva. Curva. Retas longas e largas. Retas, retas tortas. Ultrapassava quem quisesse, disputava partidas, parava nos posto de gasolina e me abastecia de motores alheios, de estofados de bancos de carros que eu mal conhecia, de cafés aguados e tortas sem sabor. E corria, e corria, e corria.


E subitamente um quase acidente.
A ultrapassagem imperfeita, o desvio, minha distração. Batida. A raiva, o susto, o encanto, a vontade, a fuga, o medo, e todos os impropérios de que nenhum seguro, de nenhum dos dois, iria pagar os danos desse encontro imperfeito e borrado. Você ocultou as evidências do dano, virou a cara, empurrou-se para túneis insones e insossos. Desapareceu da pista. Desestacionou-se.


Agora que.
Agora que nem sei mais correr.
Agora que nem sei.


Não gostei propriamente da experiência. Não gosto propriamente de você e sei que você não gosta apropriadamente de mim. Não nos apropriamos – nem nos apropriaremos. Falei demais – sempre falo. Despejei meus combustíveis queimados em cima de seus pneus murchos e já sem ganas. Nos despistamos. Nos despeitamos. Perdemos o respeito sem perder a compostura, a postura altiva de dois maus condutores.


Cansado, o sol desapareceu antes da hora.
Quando veio a lua, com um certo atraso, envergonhada, as pistas de asfalto já haviam se transformado em rotas de areia à beira-mar.

Eu escutava as ondas.
Agora que eu escutava as ondas, e chorava estupefações, agora que eu tinha meus pés livres de quaisquer saltos, agora que, agora eu preferia andar, andar devagarzinho, escorregar-me. Engatinhar.


Pela madrugava, afogava-me.
Você não era responsável. Você tinha seus pés de galinha ao redor dos olhos, sua idade multiplicada por dez e as calças arregaçadas acima dos tornozelos. Você não havia deixado pegadas. Enquanto eu me afogava – um jeito inconsciente de flutuar, um jeito pesado de flutuar, enquanto não sabíamos.


Agora que.
Bem devagar.

(trilha sonora: "Sol de Primavera", de Beto Guedes)