domingo, 17 de fevereiro de 2013

miradas


Nos quedábamos ahí, más o menos sin rumbo, en búsqueda de cualquier cosa que hiciera sentido en noches cálidas o mañanas frías. Pucha, qué cliché, decíamos, culpa siempre del vino y del amor. Pero no me amas, yo me acordaba, y casi ya no hay vino. Qué importa, vaya, mira al mar, por las arenas de la Barceloneta todavía se encuentran rastros de todos los amantes que vinieron antes de nosotros. Pero ya no me amas, yo intentaba acordarme, y has bebido todo el vino. Qué importa, ¿por que te preocupas tanto?, qué importa si ahora llove, si nuestras espaldas se ponen resbaladizas, tú has cambiado tanto y – ¡híjole! – mira,  de verdad, ya te veo tan escurridiza. Nos quedábamos allá, menos o más sin rumbo, esperando que viniera el sol o las estrellas, lo que hubiera llegado antes. Pucha, de nuevo, vuelves con esas palabras sin nexo, hay tanto lo que no hacer y lo haces todo, te olvidas, no me cierres tus ojos. Las gentes y sus bicicletas volaban cerca de nosotros, ya éramos otros, caray, el tiempo, siempre el tiempo, otro cliché! El tema es que nos habíamos vuelto clichés, me daba cuenta con tristeza. Era una lástima, como no estar cerca de aquel rostro, como alejar de él mi corazón, olvidarme de los besos y de los barquitos de papel. Había mucha vida siempre alrededor, a las nueve de la mañana, a las tres de la misma mañana, a las diez de la noche, a las siete de la tarde – porque allá la noche llega siempre con retraso.

Echo de menos las horas en que nada era muy complicado y nos sentíamos libres, yo me sentía libre, había vino y tanto amor.

Extraño.
Añoro.

Saludos, pero ahora me voy.

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