Perdón, Neruda.
No te he conocido en vida – no organicé tus cartas, no revisé tus poemas, no escuché tu susurrar mientras buscaba la palabra perfecta o la imperfección justa para una rima precisa.
No soy una poeta. Tampoco lancé botellas al mar con la ilusión de que alguien un día las recogiera; solamente he dejado notas en bolsillos ajenos sin esperanzas ocultas, apenas por el placer de semejar posibilidades narrativas a vidas grises.
Neruda, jamás he publicado un libro. Pero me dejaba estar horas delante del mar inventando nubes, alegrías o platillos para el alma. Horas, Neruda, horas.
No he cambiado el rumbo de la humanidad, pero he estado siempre muy atenta a los designios misteriosos que ordenan las piezas invertidas o contrarias en la vida de uno. Te podría describir olores escondidos entre las piedras del camino. O los sabores de atardeceres olvidados, cálidos y húmedos, preciosas sinfonías silenciosas del cotidiano. Te podría dibujar sonidos demasiado agudos en el comportamiento de algunos amigos o recitar momentos del más bello y puro dolor. Todo eso lo hice, Neruda, mientras cuidaba de algunas violetas, de una orquídea blanca y de un olivo enano. Mientras cocinaba para gentes alrededor, fijaba si las sábanas seguían limpias, si entraba luz por la cortina de la sala. Si todavía mi rostro aparecía en el espejo.
A veces, había demasiado polvo en la cama. Los inviernos casi congelaban el vidrio de la terraza y ya no tenía fresas en la nevera. Aún así, Neruda, aún así no he dejado de coser pequeños sueños y detalles para los vecinos.
Pues sucede que un día me sentí cansada de ser mujer. De cargar senos, útero, vagina, uñas largas, nalgas aparentes. Cansada de ser mujer, de esa sensibilidad que me hace llorar con un reencuentro, enamorarme de la luna. Cansada de escuchar otras mujeres en sus búsquedas tan arquetípicas y casi histéricas. Cansada, yo misma, de ser histérica – o agresiva, o romántica, o delicada, o celosa. Sucede que el sentimiento ya no pasa. Que me siento cansada de los fragmentos de Eva, Lilith, Medeia, Penélope, Helena, Madalena… que componen mi cuerpo y mi corazón. Estoy cansada de ese cuerpo, de ese corazón. No, Neruda, no quiero enfrentar las mañanas calientes con una falda corta y deseos infinitos. No suporto más la satisfacción en devorar una sandía o la necesidad de tanto, tanto, tanto silencio.
Hay demasiado ruido en el mundo – y yo me siento cada vez más excluida, encarcelada, insultada, violada. Sucede que el cansancio puede ser vigoroso y insomne y llegar a convencerme de que soy exageradamente ligera para el peso de la feminidad. Parece que no hay lugar para un simple baño de sol sin pensamientos ni hablas.
Pues poco a poco empecé a guardar mis trozos de silencio reprimidos en frases y párrafos inadvertidos. Con el tiempo ellos se volvieron cuentos y poemas traviesos, trabajados con la paciencia de un monje, con la soledad de un eremita, con la solicitud de una hembra salvaje.
¿Quien los leerá, Neruda? ¿Cuando se los leerán?
No sé, y la respuesta poco me importa. Sucede que estoy cansada de ser mujer, pero tampoco sé existir de otro modo. Y escribo a fin de evitar que mis silencios mueran, escribo sin que el mundo sepa – solo así ellos sobreviven, solo así puedo yo vivir.
No te he conocido en vida – no organicé tus cartas, no revisé tus poemas, no escuché tu susurrar mientras buscaba la palabra perfecta o la imperfección justa para una rima precisa.
No soy una poeta. Tampoco lancé botellas al mar con la ilusión de que alguien un día las recogiera; solamente he dejado notas en bolsillos ajenos sin esperanzas ocultas, apenas por el placer de semejar posibilidades narrativas a vidas grises.
Neruda, jamás he publicado un libro. Pero me dejaba estar horas delante del mar inventando nubes, alegrías o platillos para el alma. Horas, Neruda, horas.
No he cambiado el rumbo de la humanidad, pero he estado siempre muy atenta a los designios misteriosos que ordenan las piezas invertidas o contrarias en la vida de uno. Te podría describir olores escondidos entre las piedras del camino. O los sabores de atardeceres olvidados, cálidos y húmedos, preciosas sinfonías silenciosas del cotidiano. Te podría dibujar sonidos demasiado agudos en el comportamiento de algunos amigos o recitar momentos del más bello y puro dolor. Todo eso lo hice, Neruda, mientras cuidaba de algunas violetas, de una orquídea blanca y de un olivo enano. Mientras cocinaba para gentes alrededor, fijaba si las sábanas seguían limpias, si entraba luz por la cortina de la sala. Si todavía mi rostro aparecía en el espejo.
A veces, había demasiado polvo en la cama. Los inviernos casi congelaban el vidrio de la terraza y ya no tenía fresas en la nevera. Aún así, Neruda, aún así no he dejado de coser pequeños sueños y detalles para los vecinos.
Pues sucede que un día me sentí cansada de ser mujer. De cargar senos, útero, vagina, uñas largas, nalgas aparentes. Cansada de ser mujer, de esa sensibilidad que me hace llorar con un reencuentro, enamorarme de la luna. Cansada de escuchar otras mujeres en sus búsquedas tan arquetípicas y casi histéricas. Cansada, yo misma, de ser histérica – o agresiva, o romántica, o delicada, o celosa. Sucede que el sentimiento ya no pasa. Que me siento cansada de los fragmentos de Eva, Lilith, Medeia, Penélope, Helena, Madalena… que componen mi cuerpo y mi corazón. Estoy cansada de ese cuerpo, de ese corazón. No, Neruda, no quiero enfrentar las mañanas calientes con una falda corta y deseos infinitos. No suporto más la satisfacción en devorar una sandía o la necesidad de tanto, tanto, tanto silencio.
Hay demasiado ruido en el mundo – y yo me siento cada vez más excluida, encarcelada, insultada, violada. Sucede que el cansancio puede ser vigoroso y insomne y llegar a convencerme de que soy exageradamente ligera para el peso de la feminidad. Parece que no hay lugar para un simple baño de sol sin pensamientos ni hablas.
Pues poco a poco empecé a guardar mis trozos de silencio reprimidos en frases y párrafos inadvertidos. Con el tiempo ellos se volvieron cuentos y poemas traviesos, trabajados con la paciencia de un monje, con la soledad de un eremita, con la solicitud de una hembra salvaje.
¿Quien los leerá, Neruda? ¿Cuando se los leerán?
No sé, y la respuesta poco me importa. Sucede que estoy cansada de ser mujer, pero tampoco sé existir de otro modo. Y escribo a fin de evitar que mis silencios mueran, escribo sin que el mundo sepa – solo así ellos sobreviven, solo así puedo yo vivir.
Um comentário:
Mafe es el que más me ha gustado. Es una respuesta al poeta también. Eres inspiradora de libertades.
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